te y reflujo
Espiritualidad

Doctores Contemporáneos: san Bernardo y santa Hildegarda

El motivo que le lleva a santa Hildegarda a contactar con el Abad de Claraval, es nuevamente su resistencia por una especie de pudor espiritual, en continuar los escritos sobre sus revelaciones.

Sin embargo, san Bernardo le recomienda escribir todo lo que ella ve, y mediante él, llegan los primeros capítulos al papa Eugenio III en el sínodo de Tréveris y así, la Sibila del Rin, recibe la aprobación pontificia, que proclama:

“Dios nos concede gracias que son nuestra alegría y felicidad, pero ¿de qué servirían sino sabemos servirnos de ella? Escribid pues lo que el Espíritu de Dios os inspira”.

Cabe destacar que ambos santos místicos benedictinos, en una misma época y bajo la regla de san Benito, llevaron con equilibrio una vida entre la oración, el trabajo y el descanso, como también la regla de: “No preferir nada al amor de Cristo” que nos da la clave de la vida benedictina: EL AMOR. De hecho tuvieron en común, no solo su carácter y personalidad completa, innovadora, con autoridad que proviene solo de un modelo de santidad claro, sino también cercano y tan paternal como maternal que les llevó a trascender tanto en su tiempo como en la actualidad.

Combatieron a grupos heréticos en especial los Cátaros y demás revueltas cismáticas de su época, pusieron orden en diversas órdenes religiosas y aunque la situación de extrema dificultad se volvía por momentos insostenible, ambos llevados por un enardecido celo, recibieron la gracia y el valor de enfrentar las injusticias y de advertir y reconducir las almas a la Verdad.

En resumen, ambos tuvieron en común no solo defender a la cristiandad de enemigos externos sino de protegerla de las amenazas internas en el clero, que traídos a la actualidad merecen un sincero y detenido discernimiento.

Ante el saber de san Bernardo, el prior padre Santiago Canteras cita: Toda ciencia es buena si se apoya en la verdad, pero para saber con cordura, se ha de observar diligentemente qué es lo que debemos saber prioritariamente. Para saber, es necesario saber con qué orden (ante todo, lo que es más oportuno para la salvación), con qué aplicación (con mayor ardor cuanto más impetuosamente nos lleve al amor) y con qué finalidad (no por vanagloria o curiosidad, sino para nuestra edificación y la del prójimo). “Algunos desean saber sólo por saber; eso es vulgar curiosidad. Otros lo desean para darse a conocer; eso es tonta vanidad. [….]. Y otros desean saber para vender su ciencia, por ejemplo para enriquecerse o recibir honores; eso es un negocio vergonzoso. Pero otros desean saber para edificar a los demás: eso es amor. Finalmente, otros desean saber para su edificación: y eso es prudencia.” Así, estos dos últimos grupos no abusan de la sabiduría, pues la desean para hacer el bien. Por tanto, la sabiduría ha de asentarse y comenzar desde la humildad como describe santa Hildegarda.

Por otro lado, el monje y abad cisterciense de Claraval, tuvo un papel importante en la propagación al culto de la Virgen María, su teología sobre nuestra Madre, fue rápidamente aceptada por los fieles y sus sermones se difundieron por todo el occidente cristiano. De hecho, simultáneamente ambos místicos, Bernardo e Hildegarda, contribuyeron masivamente al culto popular de la Madre de Jesús.

Santa Hilgedarda habla en su visión sobre la Virginidad de Maria y se adelanta en su época con: ….‘’Y rutilaba en su pecho un rojo fulgor como alborada: en el corazón de los fieles brillaba con ardiente devoción la pureza de la Virgen bienaventurada que engendró al Hijo de Dios; escuchaste entonces cómo, brotando de su mismo pecho, todo género de música y voces cantaban de ella: “Oh tu, que llena de luz, como alborada resplandeces”, porque, tal como ha sido imbuido en tu entendimiento, todas las voces de los fieles celebrarán, cantando vivamente en la Iglesia, la virginidad de esta Virgen Inmaculada.’’

De este modo, ambas doctrinas, la Patrística y la Hildegardiana, mediante originales caminos de santidad, confluyen en una misma dirección y se unen en la Luz Divina de Dios, Uno y Trino.

Sin olvidar el resumen del Abad Cistercense de Claraval sobre santa Hidegarda: “Hay que abstenerse de apagar una luz tan admirable y animada por la inspiración divina”.

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