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Visiones de Santa Hildegarda

Visiones

Desde los 3 años de edad, Hildegarda ve lo que ella describe como “la sombra de la Luz Divina” y dos años después, comienza a comprender que dichas revelaciones son percibidas con los cinco sentidos y no en éxtasis. Cabe añadir, que rápidamente se da cuenta que solo ella posee ese carisma, que la conduce a compartir sus visiones solo con Jutta, su tutora; y años más tarde, con su padre espiritual el monje Wolmar, quien sería a la vez el secretario que escribiría sus visiones a lo largo de su vida.

Las visiones se suceden en su vida cotidiana (día y noche) como ella describe, con los ojos abiertos, perfectamente despierta, de manera consciente y recibida por los sentidos interiores en lo más profundo de su alma y no como una realidad exterior (fenómeno único, en la mística cristiana).

Sin embargo, las visiones libremente continúan hasta que a la edad de 42 años, recibe de la Voz que le guía, la orden de escribir y proclamar lo que ella ve y escucha. Este mandato, le provoca una resistencia interior que le obliga a guardar cama bajo una extraña e inexplicable enfermedad. Posteriormente, Hildegarda comprende que lo que recibe, no es una ilusión y que no debe oponerse a la Voluntad Divina. De todos modos, este hecho se repetiría en más de una ocasión, cuando ella dudara en su obediencia a posteriores mandatos. Más adelante, escogerá como secretaria y confidente a la monja Ricardis, quienes trabajarán juntas durante algunos años.

De este modo, comienza un arduo trabajo que hoy recibimos como lluvia de gracias, la herencia de estas maravillosas obras, producto de una experiencia mística íntima y polifacética que penetra en las realidades celestes y abarca desde la creación hasta el final de los tiempos, y cuyo fin no es otro que dar a conocer a Dios en la claridad de Su amor, en la contemplación del Misterio de la Santísima Trinidad, de nuestra Madre, de la Encarnación, de la Iglesia, de la humanidad, de la naturaleza como criatura de Dios que debemos respetar y apreciar…. Con el sencillo y humilde propósito de regresar al Padre mediante la conversión y su conocimiento, reconociendo nuestros vicios, y superándolos con las gracias que proveen las virtudes, como nos dice Hildegarda…. “el Temor del Señor es el fundamento y el escudo de las demás virtudes, puesto que, cuando se reviste de fortaleza, reúne en sí las demás virtudes y las muestra fortificadas por la naturaleza y el temor, haciendo que el hombre esté unido a los deseos celestiales en la adversidad y en la prosperidad….” (Cuarta Visión de la primera parte XXXVIII).

En resumen, podríamos decir que lo extraordinario de santa Hildegarda se concentra en sus visiones, 42 miniaturas que integran Scivias y el Libro de las Obras Divinas. Así pues, expresa dichas imágenes y dicta lo que sus oídos recogen, al monje Wolmar, quien reproduce con fidelidad y da forma a sus dictados los cuales provenían de la inspiración. De este modo, como nos indica el padre Pierre Dumoulin, nace una obra de actualidad sorprendente; concluyendo nuestra Doctora en que: “El hombre es el culmen de las maravillas de Dios”, “Aunque sea pequeño por las dimensiones de su cuerpo, es inmenso por las dimensiones de su alma”, “En el se refleja como en una gotas de agua, toda la belleza del universo”.

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